viernes, septiembre 01, 2006
El crucifijo ahí... y yo masturbándome por ti
Sin sus manos, sin su mirada, regresé de este viaje vacío, con el nombre cambiado y llena de fotos en las que salimos sonriendo.
Pero si tu presencia, sin tus piernas fuertes, me siento cansada. En este momento, no sabes cómo te necesito. Y tengo un miedo horrible. ¿Cómo me puede afectar tanto? ¿Cómo no puedo agradecer ese poquito de tiempo que me diste el día de mi matrimonio en vez de tener esta sensación horrible de que se nos van cerrando puertas? Me sorprendo a mí misma.
Creo que en el fondo es puro terror a separarme de ti. Y una tristeza honda que se va colando por toda mi sangre. Ya salté, pero hay tiburones y mareas en este mar nuevo. Y ni siquiera he empezado a nadar. El agua está fria, pero el horizonte es amplio. Las despedidas, el miedo, el miedo a SEPARARME DE TI.
Anoche llegué a Lima, le dije que iba a visitar a unas amigas y di vueltas con el carro por horas. Al final entré a la iglesia (imagínense el desconcierto mental: la ví abierta, la del parque Kenedy) estaba llena de gente. Entré.
La gente me miró, yo Lo miré. No me dijo nada, como de costumbre, como hace más de veinte años. Sólo la gente me siguió mirando, tal vez debí entrar por el costado, arrodillarme ante Èl y santiguarme como en el colegio. No entrar por el medio, avanzar al borde del altar y mirarlo a los ojos tan descaradamente.
No dijo nada. Sólo me quedó sonreir. Ese Dios está muerto. Se murió. Tal vez nunca nació. Para todos esos está mejor muertito y callado. Para todos ellos es mejor escuchar a sus propias voces y pensar que es Él es quien habla.
Yo sólo sonreí y me di media vuelta... rumbo a los museos, aunque la gente siguiera mirando.
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